La sociedad abierta ante los comicios electorales

Por Ángel Manuel García Carmona

Disertación personal

Este domingo 21 de abril, los ciudadanos de la Comunidad Autónoma Vasca (CAV) están llamados, en base a la periodicidad habitual, participar en los comicios electorales que harán posible una renovación de la composición de la cámara de representación legislativa autonómica.

Esta renovación que, en principio se proyecta (más bien, teóricamente hablando) para unos cuatro años de legislatura, determinará también la composición del nuevo gobierno regional así como quién será el próximo inquilino de Ajuria Enea (la legislación electoral vasca indica que, en caso de no haber una mayoría parlamentaria alternativa, corresponderá un gobierno en minoría a la opción con mayor respaldo).

Por cuanto y en tanto se habla de organismos que, en gran medida, son determinantes en el día a día de la sociedad y la economía vascas, lo que devenga tras el escrutinio electoral del domingo es algo que ha de concernir tanto a los vascos en su conjunto como a cualquier persona que, al margen de su vinculación con ciertas provincias, se preocupe por ciertas causas nobles.

El hecho de votar, en sí, puede llevarse a cabo de muchas maneras, en muchas circunstancias, con más frecuencia de la que uno se puede imaginar (una cuestión bien distinta es que se le impida, por fuerzas contranaturales, llevarlo a cabo como sería bien deseado). Digamos que hablamos de un verbo polisémico y polifacético.

Uno puede votar con los pies, lo cual no tiene por qué ser un mero mensaje ante sí mismo (si hay alguna circunstancia estrictamente personal, ya sea laboral, académica o placentera que lo motivo) o hacia alguna persona (por ejemplo, el círculo familiar o una persona con la que se aspira a llevar un proyecto de vida conjunto).

El voto por medio de la locomoción humana también es un mecanismo de respuesta ante la incapacidad del ecosistema político-normativo más familiar para hacer que afloren aquellos motivos que lleven a uno a continuar en la región en la que nació, se crió u, otrora, deseó vivir (se habla de factores como las oportunidades laborales, el clima de convivencia o la proyección económica).

Se vota, igualmente, cuando se participa, como cliente, en los determinados ámbitos del mercado vasco, a la hora de tomar decisiones de inversión y consumo que puedan repercutir en la economía vasca, en conformidad con el orden espontáneo y las observaciones subjetivas sobre el valor (esto contempla situaciones como el consumo de un zurito, la compra en un supermercado o la inversión en inmuebles).

Ahora bien, aunque todas estas decisiones puedan transmitir un mensaje a terceros, son decisiones de corte individual. En cambio, otras decisiones aplastan, automáticamente, a toda una sociedad, en base a lo que dicte una mayoría. El ejemplo más habitual es el que versará sobre lo que tendrá lugar este domingo, en los distintos colegios electorales vascos.

Dejando aparte las facetas de influencia sociológica, al menos, por el momento, cabe advertir de que las decisiones de la mayoría participante en los comicios electorales, con votos válidos, puede tener consecuencias de altísimo calado e impacto en el ámbito político vasco. Eso sí, no es tan simple como, bajo cierto prisma, puede parecer.

Huelga decir que hay que distinguir entre la mayoría simple y la mayoría absoluta. Si la opción más votada no consigue suficientes escaños, puede que surjan varios condicionantes de minoría o una mera agrupación alternativa que, en bloque, consiga sumar lo suficiente para rivalizar y contraponerse a esa “opción minoritaria”.

La cuestión es que las decisiones que se pueden tomar en los órganos políticos y parlamentarios pueden llegar al extremo de conducir hacia el totalitarismo más extremo, hacia el caos más elevado y hacia los niveles de destrucción más impensables o indeseados, más allá de las estadísticas macroeconómicas y microeconómicas.

De hecho, estos queridos lares, de gentes amables, que fueron otrora una referencia en la innovación industrial, cultural y gastronómica, pero también una reserva espiritual ante los primeros coletazos de la Segunda Revolución (también tierra de ilustres figuras como San Ignacio de Loyola, Martín de Azpilcueta, Tomás de Zumalacárregui y Blas de Lezo), sufren varias amenazas.

Que ya no se ejecute el plomo como tal no significa, para nada, que la paz absoluta reine en las calles vascas. Los etarras y sus secuaces tienen cuotas de poder en ciertos consistorios vascos así de tener una de las llaves de gobernabilidad de España, hasta el punto de que ciertos terroristas tienen más que agradecerle al régimen posmoderno dictatorial español que las clases obreras a las que se dice defender.

El afán de quedar bien, el miedo de algunos y la deriva socialdemócrata y relativista de otros han contribuido a engendrar a ciertos monstruos, haciendo creer, a su vez, que esas nueces del árbol caído son una brisa de aire fresco cuando, aparte de ser herederos de quienes lo son (la izquierda abertzale), defienden recetas basadas en el colectivismo económico (destructivo) y la degeneración social.

La libertad lingüística (no es cuestión de vascofobia) cada vez ha ido a peor, mientras que las familias tienen menos margen de maniobra al decidir la educación de sus hijos, conforme al principio de subsidiariedad. De hecho, se ha alimentado la propaganda a favor de un Anschlüss hitleriano sobre el vecino Reyno de Navarra, negando su esencia propia en base a una falacia geopolítica como es Euskal Herria.

Hablamos, a día de hoy, de una de las regiones españolas con menor tasa de religiosidad y asistencia a misa (aunque haya núcleos de resistencia espiritual bastante loables), lo cual puede modelar una mayor tendencia a votar a la izquierda y a dejar mayor campo libre a las hordas del marxismo cultural (feministas, homosexualistas y ecosocialistas).

Al mismo tiempo, a consecuencia de un combinado de incompetencia política, relativismo, descontrol migratorio y efectos llamada del Bienestar del Estado, existe cierto desafío demográfico en la sociedad vasca que no es que, sin más, pudiera alterar los histogramas de frecuencias sobre nombres de pila, sino también la convivencia y la seguridad (sobre todo, donde no residen las clases altas).

No se toma control sobre ciertos flujos migratorios cuya cultura es bastante antitética a la hispánica y la vascongada, aparte de profesar una especie de “pseudorreligión” y de negarse, en su mayoría, a adaptarse a los valores de la sociedad que les recibe. Esa no adaptación la demuestran disparando las cifras de criminalidad (robos, violencia sexual, agresiones…) y el “caos no borroka” en ciertos festejos urbanos.

Luego, en materia económica, pese a las ventajas que pudiera suponer el grado de foralidad económico-fiscal del que se dispone, no es que haya cálculos irreales, sino que, directamente, hay una negativa a convertir el ecosistema económico vasco en un entorno atractivo para los emprendedores y los inversores, así como para las nuevas realidades económicas (generalmente, los desafíos tecnológicos).

Con lo cual, con todo ello, lo que acontezca en las próximas horas no solo es que deba de evitarse en la medida de lo posible, sino que también es un aviso para que, con un criterio absolutamente largoplacista, se haga un “apostolado” que permita que las próximas generaciones sean más conscientes sobre los peligros del camino de servidumbre y la constante negación cultural.

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